(Foto: Nadal recibiendo tratamiento durante la final en Rótterdam contra Andy Murray)
Opinión
No es la primera vez que vemos al español Rafael Nadal quejarse de sus problemas físicos. El año pasado, sin ir más lejos, no se presentó ni al Masters de Shangai ni a la final de la Copa Davis, a pesar de que ambos eventos lo favorecerían tanto económicamente como simbólicamente dentro del deporte mismo.
El mismo Andy Murray explica, aunque un poco indirectamente, que que Nadal haya llamado al trainer en el medio del partido le molestó visiblemente en su concentración y en su juego. En donde uno de los aspectos más importantes de un partido en donde ambos jugadores tienen un alto nivel, la “cabeza” juega un rol muy importante. Podría llegar a decirse que una de las consecuencias de que Murray haya perdido el segundo set fue ese llamado al trainer por parte de su contrincante.
Si hacemos un poco de memoria, Nadal ha llamado al trainer en casi todos los partidos difíciles a los que ha tenido que hacer frente. Sin pensar demasiado, me refiero a los Grand Slams.
La manera de pensar de un jugador cambia radicalmente, como también lo hace su juego, cuando se encuentra frente a un jugador lesionado. Pero las teóricas lesiones del español llaman mucho la atención.
Siempre parece que el español está a punto de morir, que sus piernas se van a partir... refuerza este mensaje con masajes a sus piernas entre puntos difíciles, claro está. Y todo el mundo lo nota, porque su juego se basa en sus piernas y en su fortaleza física.
Pero extraordinariamente, luego del llamado a la persona idónea para los masajes y demás tratamiento pertinente, Nadal no juega como una persona a la que le duele algo. Juega puntos en los que... corre más que antes, de ser posible. ¿Cuánto hay de verdad en esos dolores y en esas lesiones? ¿Cuál es el límite ético en lo que se hace para obtener la victoria?
Roger Federer tuvo muchos problemas, y se vio que su nivel empezó a bajar, en la final del Australian Open último, luego de que Nadal hiciera su pantomima habitual, ayudado también por su tío el cual mostraba cara de preocupación por su sobrino. Aunque claro, segundos después, el número uno corría como si nada. Es que en realidad, nada había cambiado, sólo la forma en que su oponente lo miraba, y en su forma de jugar.
Sumado además a la infinidad de tiempo que este jugador se toma entre saque y saque para tratar de recobrar el aliento, que por ser un jugador reconocido los jueces jamás le marcan la falta, cabe caer en la duda existencial de cuál es realmente el límite para ganar en un deporte que solía ser de caballeros.
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